Estamos celebrando el Bicentenario de la Patria; tiempo de encuentro para los argentinos, tiempo de reflexión, tiempo de volver a nuestras raíces, a lo que más nos identifica. Los Obispos en la Argentina quisimos dejar una palabra que aporte a la reflexión de nuestra Nación.
Desde nuestro lugar de pastores queremos, iluminados por el Evangelio, dar un aporte en el camino de una construcción común. Tomamos la Casa de Tucumán como la casa de origen de nuestros ideales como Nación y como Patria.
En el texto que quiero compartir brevemente con ustedes, encontramos frases que nos pueden ayudar mucho:
“Queremos dar gracias por el legado que nos dejaron nuestros mayores. Interpretar nuestro presente a la luz de nuestra fe y decir una palabra esperanzadora, siempre iluminada por el Evangelio para abrir el futuro para una Argentina fraterna y solidaria, pacificada y reconciliada; condiciones capaces de crear una Nación para todos”.
Para reconstruir la Nación necesitamos tener una mirada hacia el pasado, que nos ayude a hacer memoria de nuestras raíces para lanzarnos al futuro desde este presente que es lo más real que tenemos. La Patria la vamos a construir así, como estamos hoy, desde nuestra realidad. Por eso, dialogar desde la realidad que nos incumbe a todos, es el mejor modo de empezar a construir.
También decimos: “La Nación independiente y libre se gestó en una pequeña provincia de la Argentina profunda. Los congresales hicieron de una casa de familia, un espacio fecundo donde se desarrolló una auténtica deliberación parlamentaria. Esta casa, lugar de encuentro, de diálogo y de búsqueda del bien común, es para nosotros un símbolo de lo que queremos ser como Nación”.
La imagen de la casa puede ayudar mucho, la casa común.
En la vida cotidiana hablamos de la casa de nuestros abuelos por ejemplo, es la casa común; nos queda un poco lejana pero siempre vamos hacia ella como para recuperar el origen y la identidad.
Desde el origen de nuestra independencia, entre los congresales que estaban reunidos en la Casita de Tucumán, había muchos laicos comprometidos; cristianos comprometidos con su fe, creyentes que desde el inicio de la Patria quisieron dar el aporte y dar la identidad de valores evangélicos.
El Evangelio tiene mucho que ver con la construcción de una Nación. Podríamos decir que si separamos Nación de Evangelio, de valores evangélicos, tenemos más dificultades para poder encontrar y encontrarnos en la gestación de una casa común; el Evangelio nos da nuestro aporte de nuestra capacidad de diálogo.
En la casa hay muchos habitantes. También decíamos, en el texto que compartimos: “No hay plena democracia sin inclusión e integración, esta es una responsabilidad de todos, en especial de los dirigentes. Una democracia sana supone la participación de todo el pueblo”.
Una casa está habitada por la familia, la cual se organiza dentro de la casa porque a la ella le conviene cuidar y guardar la casa porque es el lugar donde se habita; es el lugar seguro, es el lugar donde nos desarrollamos y en la familia cada uno tiene su rol, cada uno tiene su función, cada uno tiene su servicio.
Cuando salimos de ese lugar todo se confunde; cuando permanecemos en el lugar de nuestro servicio, de nuestro aporte, todo se construye, y en la casa siempre son más protegidos los pequeños, los frágiles, los menores, que son cuidados hasta que por ellos mismos puedan caminar y desarrollarse.
Así la familia va creciendo y el que crece, va tomando también diversos roles. Y en nuestra Patria cada uno de nosotros deberíamos preguntarnos “¿Cuál es mi rol para el bien común? ¿Cuál es mi aporte al bien común?”. Porque si en una casa hay alguien que no colabora a todos los otros les llama la atención, y todos los otros le reclaman participación, pero también es necesario que cada uno tenga la oportunidad de participar. El otro, en una familia, siempre está llamado a ser un bien para los otros, para la familia común. El otro es un bien que se me da para mi propia capacidad de desarrollo; con el otro necesito construir la Patria. El otro es todo otro, porque si hay un otro que no entra en la familia, entonces ese otro que queda afuera, deja de ser Patria, y en una casa buscamos que todos puedan entrar. Una familia que es verdadera familia, siempre busca que el otro tenga su lugar. En una familia también nos enojamos, nos peleamos y discutimos, por eso la necesidad del diálogo y de la reconciliación.
Es difícil el perdón, es difícil la reconciliación, es difícil encontrar miradas comunes cuando hay miradas muy divergentes; pero construir la familia en una casa es procurar, lo más posible, que podamos encontrar puntos en común. Decíamos también: “La democracia alcanza su pleno desarrollo cuando todos asumen el bien común como intención primera de su obra”, es decir, el bien común es primero a mi propio bien particular.
En el sueño que yo tengo de Patria y de Nación, tengo que incluir el sueño de los otros, y que también así como hago el esfuerzo de realizar mi propio sueño, también tengo que tener la intención profunda y decidida de realizar el sueño del otro. La Patria es del otro, la Patria es el otro, la Patria soy yo. Nos necesitamos los unos de los otros; eso es el desarrollo del bien común.
“En este punto podemos hacer referencia al cuidado de la vida más frágil; la presencia de ancianos en la familia o la relación cercana con ellos; las dificultades que viven muchas familias como la falta de perdón, la inmadurez, la pobreza. Destacamos la necesidad de sanar heridas familiares”.
La gran familia de la Patria se construye por la suma y por la articulación de las familias, de las pequeñas familias en la que cada uno de nosotros nacemos.
Habría mucho más para decir, habría mucho más para compartir; son pistas para poder reflexionar La capacidad de integrar especialmente a los más pobres y especialmente a los empobrecidos; la capacidad de dialogar para que la opinión del otro pueda ser real aporte y complemento a mi propia opinión. La necesidad de reconciliación para que tengamos paz dentro de la casa y volver, todos los que somos creyentes, a las raíces de los valores evangélicos donde tenemos un camino seguro de encuentro y de entendimiento.
9 de julio celebramos el Bicentenario de nuestra independencia. Celebrar es un punto de llegada; hemos vivido, celebramos. Quizás podamos decir: “Nos sorprendió este 9 de julio, no hemos reflexionado lo suficiente. Desde el Bicentenario del 25 de mayo al Bicentenario del 9 de julio, en estos seis años ¿nos hemos preparado para celebrar este día? ¿Hemos reflexionado lo suficiente? Hemos vivido muchas cosas".
También podemos ver -porque tenemos tiempo-, de mirar la celebración como punto de partida. Podemos proyectar, si creemos; podemos seguir soñando, si esperamos.
La Patria la celebramos; también es verdad que la Patria nos duele, pero es la nuestra, es la que tenemos; es la que Dios nos ha dado; es la que nuestros mayores han construido para nosotros en ese sentido, es nuestro legado. Y habla bien de nosotros cuando tomamos el legado, nos hacemos cargo de él y nos lanzamos hacia adelante.
Que Jesús, que es el Señor de la historia, nos ayude a seguir caminando, a seguir sanando lo que nos duele de la Patria; a seguir celebrando lo que nos alegra de ella, y a seguir esperando lo que ella nos promete. Que Jesús, Señor de la historia nos acompañe en nuestro caminar.
Desde nuestro lugar de pastores queremos, iluminados por el Evangelio, dar un aporte en el camino de una construcción común. Tomamos la Casa de Tucumán como la casa de origen de nuestros ideales como Nación y como Patria.
En el texto que quiero compartir brevemente con ustedes, encontramos frases que nos pueden ayudar mucho:
“Queremos dar gracias por el legado que nos dejaron nuestros mayores. Interpretar nuestro presente a la luz de nuestra fe y decir una palabra esperanzadora, siempre iluminada por el Evangelio para abrir el futuro para una Argentina fraterna y solidaria, pacificada y reconciliada; condiciones capaces de crear una Nación para todos”.
Para reconstruir la Nación necesitamos tener una mirada hacia el pasado, que nos ayude a hacer memoria de nuestras raíces para lanzarnos al futuro desde este presente que es lo más real que tenemos. La Patria la vamos a construir así, como estamos hoy, desde nuestra realidad. Por eso, dialogar desde la realidad que nos incumbe a todos, es el mejor modo de empezar a construir.
También decimos: “La Nación independiente y libre se gestó en una pequeña provincia de la Argentina profunda. Los congresales hicieron de una casa de familia, un espacio fecundo donde se desarrolló una auténtica deliberación parlamentaria. Esta casa, lugar de encuentro, de diálogo y de búsqueda del bien común, es para nosotros un símbolo de lo que queremos ser como Nación”.
La imagen de la casa puede ayudar mucho, la casa común.
En la vida cotidiana hablamos de la casa de nuestros abuelos por ejemplo, es la casa común; nos queda un poco lejana pero siempre vamos hacia ella como para recuperar el origen y la identidad.
Desde el origen de nuestra independencia, entre los congresales que estaban reunidos en la Casita de Tucumán, había muchos laicos comprometidos; cristianos comprometidos con su fe, creyentes que desde el inicio de la Patria quisieron dar el aporte y dar la identidad de valores evangélicos.
El Evangelio tiene mucho que ver con la construcción de una Nación. Podríamos decir que si separamos Nación de Evangelio, de valores evangélicos, tenemos más dificultades para poder encontrar y encontrarnos en la gestación de una casa común; el Evangelio nos da nuestro aporte de nuestra capacidad de diálogo.
En la casa hay muchos habitantes. También decíamos, en el texto que compartimos: “No hay plena democracia sin inclusión e integración, esta es una responsabilidad de todos, en especial de los dirigentes. Una democracia sana supone la participación de todo el pueblo”.
Una casa está habitada por la familia, la cual se organiza dentro de la casa porque a la ella le conviene cuidar y guardar la casa porque es el lugar donde se habita; es el lugar seguro, es el lugar donde nos desarrollamos y en la familia cada uno tiene su rol, cada uno tiene su función, cada uno tiene su servicio.
Cuando salimos de ese lugar todo se confunde; cuando permanecemos en el lugar de nuestro servicio, de nuestro aporte, todo se construye, y en la casa siempre son más protegidos los pequeños, los frágiles, los menores, que son cuidados hasta que por ellos mismos puedan caminar y desarrollarse.
Así la familia va creciendo y el que crece, va tomando también diversos roles. Y en nuestra Patria cada uno de nosotros deberíamos preguntarnos “¿Cuál es mi rol para el bien común? ¿Cuál es mi aporte al bien común?”. Porque si en una casa hay alguien que no colabora a todos los otros les llama la atención, y todos los otros le reclaman participación, pero también es necesario que cada uno tenga la oportunidad de participar. El otro, en una familia, siempre está llamado a ser un bien para los otros, para la familia común. El otro es un bien que se me da para mi propia capacidad de desarrollo; con el otro necesito construir la Patria. El otro es todo otro, porque si hay un otro que no entra en la familia, entonces ese otro que queda afuera, deja de ser Patria, y en una casa buscamos que todos puedan entrar. Una familia que es verdadera familia, siempre busca que el otro tenga su lugar. En una familia también nos enojamos, nos peleamos y discutimos, por eso la necesidad del diálogo y de la reconciliación.
Es difícil el perdón, es difícil la reconciliación, es difícil encontrar miradas comunes cuando hay miradas muy divergentes; pero construir la familia en una casa es procurar, lo más posible, que podamos encontrar puntos en común. Decíamos también: “La democracia alcanza su pleno desarrollo cuando todos asumen el bien común como intención primera de su obra”, es decir, el bien común es primero a mi propio bien particular.
En el sueño que yo tengo de Patria y de Nación, tengo que incluir el sueño de los otros, y que también así como hago el esfuerzo de realizar mi propio sueño, también tengo que tener la intención profunda y decidida de realizar el sueño del otro. La Patria es del otro, la Patria es el otro, la Patria soy yo. Nos necesitamos los unos de los otros; eso es el desarrollo del bien común.
“En este punto podemos hacer referencia al cuidado de la vida más frágil; la presencia de ancianos en la familia o la relación cercana con ellos; las dificultades que viven muchas familias como la falta de perdón, la inmadurez, la pobreza. Destacamos la necesidad de sanar heridas familiares”.
La gran familia de la Patria se construye por la suma y por la articulación de las familias, de las pequeñas familias en la que cada uno de nosotros nacemos.
Habría mucho más para decir, habría mucho más para compartir; son pistas para poder reflexionar La capacidad de integrar especialmente a los más pobres y especialmente a los empobrecidos; la capacidad de dialogar para que la opinión del otro pueda ser real aporte y complemento a mi propia opinión. La necesidad de reconciliación para que tengamos paz dentro de la casa y volver, todos los que somos creyentes, a las raíces de los valores evangélicos donde tenemos un camino seguro de encuentro y de entendimiento.
9 de julio celebramos el Bicentenario de nuestra independencia. Celebrar es un punto de llegada; hemos vivido, celebramos. Quizás podamos decir: “Nos sorprendió este 9 de julio, no hemos reflexionado lo suficiente. Desde el Bicentenario del 25 de mayo al Bicentenario del 9 de julio, en estos seis años ¿nos hemos preparado para celebrar este día? ¿Hemos reflexionado lo suficiente? Hemos vivido muchas cosas".
También podemos ver -porque tenemos tiempo-, de mirar la celebración como punto de partida. Podemos proyectar, si creemos; podemos seguir soñando, si esperamos.
La Patria la celebramos; también es verdad que la Patria nos duele, pero es la nuestra, es la que tenemos; es la que Dios nos ha dado; es la que nuestros mayores han construido para nosotros en ese sentido, es nuestro legado. Y habla bien de nosotros cuando tomamos el legado, nos hacemos cargo de él y nos lanzamos hacia adelante.
Que Jesús, que es el Señor de la historia, nos ayude a seguir caminando, a seguir sanando lo que nos duele de la Patria; a seguir celebrando lo que nos alegra de ella, y a seguir esperando lo que ella nos promete. Que Jesús, Señor de la historia nos acompañe en nuestro caminar.
Por Monseñor Martín Fassi, Obispo Auxiliar de la Diócesis de San Isidro
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