Queridos hermanos, amigos, comenzamos la Cuaresma, este tiempo fuerte de la Iglesia, en el que el Papa Francisco a través de su Pastoral de Cuaresma, nos invita a combatir la globalización de la indiferencia. Este tema, este término mejor dicho, lo retoma del Papa Juan Pablo y del Papa Benedicto. No hay cosa más terrible que la indiferencia. La indiferencia causa más dolor que el odio y que el rechazo. La indiferencia es “no me importa, no existís, no te doy identidad”. Es como una descalificación profunda del otro. Como vivir en la ignorancia del otro. Y la sociedad del bienestar, solo del bienestar, puede crear este corazón duro, este corazón de piedra. Los profetas en este tiempo nos van a despertar y nos van a sacudir, nos dice el Papa, para caer en la cuenta de que somos un cuerpo y de que debemos cambiar el corazón.
“Fortalezcan el corazón” pone el Santo Padre como lema de este tiempo. Es hacer de nuestro corazón rígido, de nuestro corazón que tiende naturalmente a que le importen solamente nuestras cosas, nuestros problemas, a que estemos bien y a no interesarnos por el prójimo. A tener un corazón sin sensibilidad. Pertenecemos a un cuerpo, somos miembros de un mismo cuerpo, “cuando un miembro sufre, todos los demás sufren con él” dice S. Pablo, “cuando un miembro es honrado, todos se alegran” todos somos honrados. Nosotros estamos hechos para un cuerpo. Y si nosotros no experimentamos lo que significa un cuerpo, y esa pertenencia, somos menos personas, nos empobrecemos, nos perdemos la realidad. La realidad también puede ser inventada, y hoy día los medios nos dan muchas posibilidades para poder apagar el canal de nuestro corazón y cerrar algunas realidades que no nos convienen o que no queremos ver. Y sin embargo ese corazón tierno, misericordioso, humano, ese corazón que va creciendo como hombre como mujer, como persona, como cristiano. Ese corazón que está llamado a ganar experiencia de vida para poder enriquecer verdaderamente a los demás. Este es el corazón que quiere Jesús. Este es el corazón convertido. Es el corazón trabajado por el ayuno, la oración y la limosna.
El ayuno que nos da como un entrenamiento, como una agilidad, como una disposición para poder escuchar mejor la Palabra de Dios, y para sensibilizarnos por las obras de misericordia a los problemas de los hermanos.
La oración que nos ayuda a vivir en comunión con los demás. Si yo hago oración entro en la hondura de ese cuerpo. Pido por los demás, rezo por los demás, entro en comunión. Recibo bienes espirituales, recibo la ayuda de los santos, que también interceden por nosotros. Formo parte realmente de un cuerpo y experimento esto cuando me sumerjo hondamente en la oración que me provoca la Palabra que el Señor me dice.
Finalmente las obras de misericordia, el ejercicio de la caridad que continuamente me está enseñando y me está despertando a un corazón nuevo.
Quiera el Señor que en esta Cuaresma podamos fortalecer ese corazón. Podamos romper ese corazón de piedra para convertirlo en corazón de carne. Sin olvidarnos que el Señor se interesa por nosotros. Se hizo pobre por nosotros para enriquecernos con su pobreza. El Señor se encarna, se compromete con el hombre, se interesa. Por eso el cristiano tiene que vivir también el misterio de la encarnación y no puede apagar ese misterio recluyéndose en su propio bienestar, en su propia comodidad, olvidándose del bien de los hermanos.
Que a esta enseñanza de este tiempo, nosotros podamos ahondarla, profundizarla, y que podamos llegar a la Pascua con un corazón verdaderamente fortalecido. Que Dios los bendiga, y que nos preparemos bien para vivir la Resurrección del Señor.
+Monseñor Oscar V. Ojea
Obispo de San Isidro
“Fortalezcan el corazón” pone el Santo Padre como lema de este tiempo. Es hacer de nuestro corazón rígido, de nuestro corazón que tiende naturalmente a que le importen solamente nuestras cosas, nuestros problemas, a que estemos bien y a no interesarnos por el prójimo. A tener un corazón sin sensibilidad. Pertenecemos a un cuerpo, somos miembros de un mismo cuerpo, “cuando un miembro sufre, todos los demás sufren con él” dice S. Pablo, “cuando un miembro es honrado, todos se alegran” todos somos honrados. Nosotros estamos hechos para un cuerpo. Y si nosotros no experimentamos lo que significa un cuerpo, y esa pertenencia, somos menos personas, nos empobrecemos, nos perdemos la realidad. La realidad también puede ser inventada, y hoy día los medios nos dan muchas posibilidades para poder apagar el canal de nuestro corazón y cerrar algunas realidades que no nos convienen o que no queremos ver. Y sin embargo ese corazón tierno, misericordioso, humano, ese corazón que va creciendo como hombre como mujer, como persona, como cristiano. Ese corazón que está llamado a ganar experiencia de vida para poder enriquecer verdaderamente a los demás. Este es el corazón que quiere Jesús. Este es el corazón convertido. Es el corazón trabajado por el ayuno, la oración y la limosna.
El ayuno que nos da como un entrenamiento, como una agilidad, como una disposición para poder escuchar mejor la Palabra de Dios, y para sensibilizarnos por las obras de misericordia a los problemas de los hermanos.
La oración que nos ayuda a vivir en comunión con los demás. Si yo hago oración entro en la hondura de ese cuerpo. Pido por los demás, rezo por los demás, entro en comunión. Recibo bienes espirituales, recibo la ayuda de los santos, que también interceden por nosotros. Formo parte realmente de un cuerpo y experimento esto cuando me sumerjo hondamente en la oración que me provoca la Palabra que el Señor me dice.
Finalmente las obras de misericordia, el ejercicio de la caridad que continuamente me está enseñando y me está despertando a un corazón nuevo.
Quiera el Señor que en esta Cuaresma podamos fortalecer ese corazón. Podamos romper ese corazón de piedra para convertirlo en corazón de carne. Sin olvidarnos que el Señor se interesa por nosotros. Se hizo pobre por nosotros para enriquecernos con su pobreza. El Señor se encarna, se compromete con el hombre, se interesa. Por eso el cristiano tiene que vivir también el misterio de la encarnación y no puede apagar ese misterio recluyéndose en su propio bienestar, en su propia comodidad, olvidándose del bien de los hermanos.
Que a esta enseñanza de este tiempo, nosotros podamos ahondarla, profundizarla, y que podamos llegar a la Pascua con un corazón verdaderamente fortalecido. Que Dios los bendiga, y que nos preparemos bien para vivir la Resurrección del Señor.
+Monseñor Oscar V. Ojea
Obispo de San Isidro
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